De vaca, de cabra, de soya, entera o descremada. Cada una tiene un aporte nutricional distinto.
Leche: los cimientos de nuestra alimentación, si consideramos que fue lo único que consumimos por lo menos durante los primeros seis meses de nuestras vidas.
Primero, fue la leche de mamá luego, probablemente de vaca, aunque hay quienes prefieren la de cabra. Y ahora que somos conscientes de que no todos podemos digerir la lactosa con facilidad, tenemos diversas alternativas. La más popular: la leche de soya.
“Sin duda hay una gran variedad de leches, y cada una trae a la mesa un perfil nutricional diferente. “Varias alternativas que no contienen productos lácteos tienen un sabor similar a la leche. Por esa razón son buenas opciones, especialmente si uno tiene problemas para digerir la lactosa”, afirma Jeannie Gazzaniga-Moloo, vocera de la Asociación Dietética Americana, según informa ‘My Healthy News Daily’.
SIMILARES PERO DIFERENTES
En apariencia pueden ser iguales, pero la leche de vaca (entera y descremada), la de cabra y la de soya tienen diferentes características en cuanto a grasa, calorías, calcio y proteínas se refiere.
Según cifras de la página web Nutritiondata.self.com, una taza de la leche de vaca entera tiene 147 calorías, 8,1 gramos de grasa y 33% de calcio; mientras que la descremada contiene 86 calorías, ningún gramo de grasa y 50% de calcio.
La leche de cabra también tiene la misma cantidad de calcio, pero muchas más calorías (169) y grasa (10 gramos). Además, Gazzaniga-Moloo señaló que su peculiar sabor y fuerte olor puede ser “ofensivo” para algunas personas.
Lo que tiene a su favor es que hay quienes la pueden digerir con mayor facilidad -porque el tamaño de las moléculas de las proteínas es diferente al de las de la leche de vaca- y tiene más triptófano, un esencial aminoácido.
Así, es indiscutible que la leche de vaca es el que aporta más calcio y el doble de proteínas (8 gramos). Sin embargo, según señala el artículo de la página web especializada en salud, la gran desventaja es la intolerancia a la lactosa que muchos padecen y que causa dolor abdominal, gases, hinchazón o diarrea.
DE SOYA
Para cuando la lactosa cae mal, tenemos a la soya. “Hecha con granos de soya remojados y molidos con agua, la leche de soya es rica en proteínas (7 gramos por taza) y no tiene grasas saturadas. También posee bajas calorías (132) y viene en distintos sabores”, dice el artículo.
Su consumo tiene un solo aspecto negativo: Se sabe que la ingesta de productos hechos con soya pueden inhibir la absorción de proteínas y minerales.
lunes, 11 de julio de 2011
La historia del sanguito, un postre que se resiste a morir
En el Perú cada vez existe menos gente que se coloca la bandeja en la cabeza y empieza con los pregones. Es momento de recuperar esa tradición.
El sanguito es un postre con mucha tradición. Sin embargo, en la actualidad no es muy fácil encontrar un lugar donde podamos disfrutarlo. Al contrario de otros manjares populares como el arroz con leche, los picarones o el suspiro a la limeña, el sanguito ha perdido cierta presencia en nuestras mesas (y calles).
Hecho a base de pasta de harina de maíz, azúcar, canela, anís, clavo de olor, vainilla y aceite, con llamativos adornos de pasas y coloridas grageas, este postre tiene un origen prehispánico, producto también del mestizaje culinario. Según cuenta Sergio Zapata Acha en Diccionario de la Gastronomía Peruana Tradicional, “fue consumido desde la colonia hasta nuestros días”.
“Este alimento se consumió a lo largo de toda la costa del Perú, existiendo también variantes en otros países como Argentina, Bolivia, Chile, Ecuador y Colombia, diferenciándose en cuanto a los ingredientes y modo de preparación. Sin embargo, se respeta el dulce”, comenta Zapata.
Antes de que el sanguito viera la luz existían dos tipos de sangos. “Uno andino, similar a una masa de maíz cocido con poca agua, utilizado con fines religiosos y el sango de ñaju (planta que era importada de África en el siglo pasado), parecido al anterior pero frito en manteca de ajo, cebolla, picadillo de menudencia.
Según Nathalie Otarola en su artículo “Sanguito: tradición hecha manjar”, “en el mestizaje culinario, los negros solían siempre tostar y añadir manteca de cochino a sus comidas para lograr un mayor sabor”. Así fue como nació el sanguito.
Uno de los primeros autores que hace mención al sanguito tal y como lo conocemos es Ricardo Palma, él lo describe como un “guiso popular hecho de harina de maíz, una especie de mazamorra con azúcar y pasas”.
EN EL AMARGO OLVIDO
Los pregoneros guardan una estrecha relación con los postres de la Lima antigua. Gracias a ellos la fama de nuestros dulces creció. En aquellos años, los vendedores de sanguito se colocaban un cojín en la cabeza y encima la bandeja con el tradicional postre.
Con los años esta costumbre se ha ido perdiendo y cada vez quedan menos vendedores de sanguito. Máximo Piñeyro, que en el 2007 recibió la Orden al Mérito por Servicios Distinguidos en el grado de Gran Comendador, ensaya una teoría.
“Los que vendían han ido muriendo y pocos continúan la tradición. Cargar mucho peso en la cabeza puede afectar la columna. Por eso hay que fajarse, no todos lo hacen y aunque parezca mentira en una labor sacrificada”, dijo Pineyro, que actualmente tiene de 65 años.
Óscar Velarde es otro sobreviviente. Participó en 2009 en Mistura y hasta ahora deleita paladares en el Rímac. Así los vendedores de sanguito pueden contarse con los dedos de la mano.
“El sanguito es una mezcla de harina de maíz, azúcar rubia con chancaca, canela, clavo de olor, anís y un poco de vainilla. También lleva pasas, pero yo las pongo encima porque, si no, a alguien le pueden tocar pocas. Se mezcla en una paila -una olla grande, como las que se usan para hacer los chicharrones- y se mueve con una paleta”, comenta Pineyro.
Luego cuenta su secreto: “Yo le hago una variación: en vez de usar manteca de chancho, uso aceite vegetal. Pero el secreto del sango está en cómo se cocina. No debe salir una mazamorra. Es una mezcla con cuerpo. Hay que mover duro”.
Este año, el objetivo de Mistura es lograr que la gente se reencuentre nuevamente con los postres de antaño y no se pierda esta rica tradición. Los guargüeros, el ranfañote, el camotillo, el chumbeque tendrán su lugar y el sanguito un espacio privilegiado.
El sanguito es un postre con mucha tradición. Sin embargo, en la actualidad no es muy fácil encontrar un lugar donde podamos disfrutarlo. Al contrario de otros manjares populares como el arroz con leche, los picarones o el suspiro a la limeña, el sanguito ha perdido cierta presencia en nuestras mesas (y calles).
Hecho a base de pasta de harina de maíz, azúcar, canela, anís, clavo de olor, vainilla y aceite, con llamativos adornos de pasas y coloridas grageas, este postre tiene un origen prehispánico, producto también del mestizaje culinario. Según cuenta Sergio Zapata Acha en Diccionario de la Gastronomía Peruana Tradicional, “fue consumido desde la colonia hasta nuestros días”.
“Este alimento se consumió a lo largo de toda la costa del Perú, existiendo también variantes en otros países como Argentina, Bolivia, Chile, Ecuador y Colombia, diferenciándose en cuanto a los ingredientes y modo de preparación. Sin embargo, se respeta el dulce”, comenta Zapata.
Antes de que el sanguito viera la luz existían dos tipos de sangos. “Uno andino, similar a una masa de maíz cocido con poca agua, utilizado con fines religiosos y el sango de ñaju (planta que era importada de África en el siglo pasado), parecido al anterior pero frito en manteca de ajo, cebolla, picadillo de menudencia.
Según Nathalie Otarola en su artículo “Sanguito: tradición hecha manjar”, “en el mestizaje culinario, los negros solían siempre tostar y añadir manteca de cochino a sus comidas para lograr un mayor sabor”. Así fue como nació el sanguito.
Uno de los primeros autores que hace mención al sanguito tal y como lo conocemos es Ricardo Palma, él lo describe como un “guiso popular hecho de harina de maíz, una especie de mazamorra con azúcar y pasas”.
EN EL AMARGO OLVIDO
Los pregoneros guardan una estrecha relación con los postres de la Lima antigua. Gracias a ellos la fama de nuestros dulces creció. En aquellos años, los vendedores de sanguito se colocaban un cojín en la cabeza y encima la bandeja con el tradicional postre.
Con los años esta costumbre se ha ido perdiendo y cada vez quedan menos vendedores de sanguito. Máximo Piñeyro, que en el 2007 recibió la Orden al Mérito por Servicios Distinguidos en el grado de Gran Comendador, ensaya una teoría.
“Los que vendían han ido muriendo y pocos continúan la tradición. Cargar mucho peso en la cabeza puede afectar la columna. Por eso hay que fajarse, no todos lo hacen y aunque parezca mentira en una labor sacrificada”, dijo Pineyro, que actualmente tiene de 65 años.
Óscar Velarde es otro sobreviviente. Participó en 2009 en Mistura y hasta ahora deleita paladares en el Rímac. Así los vendedores de sanguito pueden contarse con los dedos de la mano.
“El sanguito es una mezcla de harina de maíz, azúcar rubia con chancaca, canela, clavo de olor, anís y un poco de vainilla. También lleva pasas, pero yo las pongo encima porque, si no, a alguien le pueden tocar pocas. Se mezcla en una paila -una olla grande, como las que se usan para hacer los chicharrones- y se mueve con una paleta”, comenta Pineyro.
Luego cuenta su secreto: “Yo le hago una variación: en vez de usar manteca de chancho, uso aceite vegetal. Pero el secreto del sango está en cómo se cocina. No debe salir una mazamorra. Es una mezcla con cuerpo. Hay que mover duro”.
Este año, el objetivo de Mistura es lograr que la gente se reencuentre nuevamente con los postres de antaño y no se pierda esta rica tradición. Los guargüeros, el ranfañote, el camotillo, el chumbeque tendrán su lugar y el sanguito un espacio privilegiado.
Aceites de sacha inchi y ajonjolí, fuente de pura vida
El primero ayuda a prevenir la aparición de osteoporosis y artritis. El otro es reconstituyente muscular y potencia la memoria.
Aunque muchos hayamos dejado de lado el aceite refinado para optar por el aceite de oliva, el consumo de los aceites de sacha inchi y ajonjolí aún es incipiente en el país. Al respecto, Cecilia Torres, ingeniera en industria alimentaria de la empresa El Cacique S.A.C., refiere que el aceite de ajonjolí es rico en omega 6. Entre sus propiedades destacan su poder mineralizante del cuerpo, es reconstituyente muscular y nervioso y potencia la memoria. Este aceite se indica en casos de osteoporosis, pérdida del cabello y debilidad pulmonar, entre otros problemas de carencia de calcio y vitaminas. Es útil frente a problemas nerviosos, como el estrés, depresión e irritabilidad.
SUPERPODEROSOS
El aceite de sacha inchi tiene una alta cantidad de omega 3 que previene la aparición de arritmias, osteoporosis, artritis, así como del cáncer de colon, próstata y mama. Además, tiene un alto contenido de ácido linolénico, que reduce el colesterol, retarda el proceso de envejecimiento, incrementa la habilidad de concentración, fortalece las membranas celulares, interviene en la formación del tejido nervioso y ocular y hasta regula la producción de hormonas. Según Torres, este aceite está siendo usado en Lima para el tratamiento de hiperactividad en niños.
En cuanto al consumo recomendable de estos aceites, Torres sugiere tomar una cucharada sopera de sacha inchi durante tres meses. Esto permitirá que el cuerpo se desintoxique y se revitalice. Luego, si no sufre de afecciones cardíacas ni dolores de cabeza puede empezar a con una dosis similar del Aceite Super Omega Extra Virgen creado por El Cacique S.A.C. combinando el aceite de ajonjolí con el omega 3 del sacha inchi.
Recuerde que es preferible consumir aceite extra virgen, pues ello significa que el aceite se ha obtenido prensando las semillas, sin someterlas al calor, que elimina el omega 3 y 6, así como las vitaminas y los antioxidantes.
Algo más…
ACEITE VIRGEN. El aceite virgen se obtiene en molinos que someten la semilla a temperaturas que pueden llegar a los 200 °C. Así se pierden sus principales vitaminas.
REFINADO. Se obtiene un aceite cristalino en base a una mezcla de soda cáustica.
Aunque muchos hayamos dejado de lado el aceite refinado para optar por el aceite de oliva, el consumo de los aceites de sacha inchi y ajonjolí aún es incipiente en el país. Al respecto, Cecilia Torres, ingeniera en industria alimentaria de la empresa El Cacique S.A.C., refiere que el aceite de ajonjolí es rico en omega 6. Entre sus propiedades destacan su poder mineralizante del cuerpo, es reconstituyente muscular y nervioso y potencia la memoria. Este aceite se indica en casos de osteoporosis, pérdida del cabello y debilidad pulmonar, entre otros problemas de carencia de calcio y vitaminas. Es útil frente a problemas nerviosos, como el estrés, depresión e irritabilidad.
SUPERPODEROSOS
El aceite de sacha inchi tiene una alta cantidad de omega 3 que previene la aparición de arritmias, osteoporosis, artritis, así como del cáncer de colon, próstata y mama. Además, tiene un alto contenido de ácido linolénico, que reduce el colesterol, retarda el proceso de envejecimiento, incrementa la habilidad de concentración, fortalece las membranas celulares, interviene en la formación del tejido nervioso y ocular y hasta regula la producción de hormonas. Según Torres, este aceite está siendo usado en Lima para el tratamiento de hiperactividad en niños.
En cuanto al consumo recomendable de estos aceites, Torres sugiere tomar una cucharada sopera de sacha inchi durante tres meses. Esto permitirá que el cuerpo se desintoxique y se revitalice. Luego, si no sufre de afecciones cardíacas ni dolores de cabeza puede empezar a con una dosis similar del Aceite Super Omega Extra Virgen creado por El Cacique S.A.C. combinando el aceite de ajonjolí con el omega 3 del sacha inchi.
Recuerde que es preferible consumir aceite extra virgen, pues ello significa que el aceite se ha obtenido prensando las semillas, sin someterlas al calor, que elimina el omega 3 y 6, así como las vitaminas y los antioxidantes.
Algo más…
ACEITE VIRGEN. El aceite virgen se obtiene en molinos que someten la semilla a temperaturas que pueden llegar a los 200 °C. Así se pierden sus principales vitaminas.
REFINADO. Se obtiene un aceite cristalino en base a una mezcla de soda cáustica.
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