El tacu tacu nació con un claro fin: no desperdiciar la comida sobrante. Según cuentan las crónicas de la época, el arroz y las menestras que quedaban del día anterior eran aprovechados por las abuelas para servir un contundente plato en el desayuno.
“Los entendidos manifiestan que el tacu tacu se empezó a preparar por manos negras, quienes utilizaban las sobras de sus raciones de menestras, las mezclaban con un poco de ají molido, aderezo de cebollas y arroz hasta obtener una masa, que luego freían en manteca”, escribió Hirka Roca-Rey en su artículo “El versátil tacu tacu” publicado en El Comercio.
John Santa Cruz, en su artículo “La moda del Tacu Tacu”, señala que “el tacu tacu está ligado a la esclavitud traída del África, por eso que en Nicaragua está el Gallopinto, en República Dominicana el Arroz Moro, el Congrí de Cuba y el Casamiento de El Salvador, la feijoada brasilera y el Hoppin John del sur de Estados Unidos, todos ellos a base arroz y menestras”.
Aunque son muchas las teorías que asocian el origen del tacu tacu con la sazón morena y los esclavos, esta no es la única versión sobre el nacimiento de este plato. “Tacuni” es un vocablo quechua que significa “mezclar una cosas con otra”, a partir de esta interpretación podría esbozarse una teoría, que no ha quedado totalmente esclarecida: el tacu tacu tendría un origen quechua.
Cecilia Portella señala que “el arroz llegó con los españoles a esta parte de América y su consumo se popularizó casi tres siglos después con la presencia de los chinos culíes en el Perú. Los frejoles, uno de los alimentos más antiguos en la historia de la humanidad, empezaron a cultivarse hace aproximadamente siete mil años en el Perú y al sur de México”.
Hoy el tacu tacu se sirve acompañado: con huevo, apanado, lomo al jugo o pollo. “Hay algunos intrépidos cocineros que gustan de rellenarlo, especialmente de mariscos como camarones, langostinos o con todos juntos”, comenta Roca-Rey.
La experiencia culinaria es espectacular y más allá del origen, este ‘calentao’ guarda en esencia lo que el peruano promedio busca en la mesa: un potaje generoso y contundente.
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