Karissa Becerra, a través de su marca Pink Cholo, diseña y fabrica platos para restaurantes locales. Uno se sus clientes el reconocido chef Rafael Osterling
De pronto, la comida se hizo el tema de moda entre los peruanos y el mercado gastronómico emergió. El aporte de los restaurantes al PBI aumentaba a razón de 7% y se creaban más de 30% de puestos laborales relacionados con el sector cada año, según el Ministerio de Trabajo. Karissa Becerra, una filósofa de poco más de veinte años, estaba inmersa en esa explosión culinaria: había tenido un bar en Barranco y colaboraba con la panadería de sus padres, pero además había fundado en el 2000, junto con una amiga suya, Manchamanteles, una escuela de gastronomía. Sin embargo, este ‘boom’, como toda oportunidad de mercado, hizo que ella varíe su oferta ante las nuevas necesidades del sector. Karissa y su socia, comenzaron a hacer trabajos de estilismo culinario.
El oficio no era muy conocido, pero había una necesidad real: tanto los restaurantes, como las empresas de alimentos querían que sus productos se vieran bien, provocadores y muy vendedores, en las fotografías que les tomaban. Por eso, cuando un fotógrafo les propuso el trabajo, tanto Karissa Becerra como Sandra Salcedo, su socia, decidieron que a partir de ese día también embellecerían platos de comida. Manchamanteles instauraba una nueva línea de negocio.
Desde el 2000 hasta el 2004, la empresa hizo en promedio una sesión fotográfica diaria. Las agencias publicitarias de empresas como Inca Kola, Santa Isabel y D’Onofrio, entre muchas otras, les pedían sus servicios y los ingresos aumentaban. “El crecimiento en ese campo era exponencial”, dice ahora Karissa. Pero la formación intelectual de las fundadoras hizo que no se conformaran con el trabajo estético; también querían hacer productos con mayor contenido. Resultado: Manchamanteles comenzó a hacer trabajos editoriales –desde la elaboración del proyecto hasta la escritura, edición, diseño y dirección de arte. El primer libro de los más de 20 que ha editado hasta ahora, fue “Cebiches del Perú”, que tuvo el auspicio de Backus.
LLEGAN LOS CAMBIOS
Luego de 10 años, la empresa ya no es la misma: la escuela de gastronomía cerró y Manchamanteles es la marca paraguas de los servicios editoriales y de estilismo. Otra variación está en el volumen de producción. Si en el pasado se hacían 30 sesiones fotográficas al mes, ahora se hacen dos; y si se editaban libros, catálogos y coleccionables, ahora solo se elaboran libros con pretensiones literarias e investigativas. “Hago los proyectos que me interesan y estos deben ser rentables, pero también me deben generar pasión”, dice la emprendedora.
Un cambio más está en la gestión. Con la renuncia de su socia, Karissa se hace cargo de la administración y también de hacer todos los tratos con los clientes. Pero también ha elegido al ‘outsourcing’ (subcontratación) como modelo de producción. De esta forma, evita lidiar con una planilla fija para poder trabajar con profesionales ‘freelancers’.
Mientras la comida peruana siga generando interés, habrá nuevas ideas de negocio. En el caso de esta empresaria, su persistencia para adaptarse al ‘boom’ fue lo más importante. Y una muestra más de ello es que ahora, ante la tendencia artesanal de los restaurantes locales, está diseñando y fabricando platos. Esto lo hace con una nueva marca, Pink Cholo, y su primer cliente fue el chef Rafael Osterling. Quizá dentro de poco sumará una nueva línea comercial.
LAS CLAVES
TODO SOBRE COCINA También es investigadora del Instituto de Investigaciones de la Escuela Profesional de Turismo y Hotelería de la Universidad de San Martín de Porres.
CAPITAL INICIAL Manchamanteles se inició con un capital de US$3.000. Ahora la empresa da servicio en Lima y Nueva York.
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